La web de los Peregrinos Ciclistas

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sábado, 1 de enero de 2011

Las leyendas del Camino

La leyendas del Camino

La Santa Espalda, el alquimista parisino y otros mitos

En el Camino hacia Santiago flotan tantas leyendas, milagros y mitos como peregrinos. ¿Un Cristo hecho con piel humana? En Burgos. ¿Un pajarito que canta durante 30 años? En Leyre. ¿Un omóplato fluorescente? En Estella... Pasen, lean y vean una selección de algunas de las más curiosas.

EL VIAJE

1. Aquí murió Roldán

Los bosques que abrigan Roncesvalles llevan más de mil años siendo testigos del goteo constante de peregrinos. Poco antes de que se hallara la tumba de Santiago en Galicia, ya habían presenciado una batalla épica: la derrota de las tropas de Carlomagno a manos de los sarracenos, según recoge el poema la Chanson de Roland. La historia es larga, abultada y está sazonadísima de odios y traiciones, así que la resumiremos y mutilaremos: Roldán, que gobernaba la retaguardia de los ejércitos de Carlomagno, fue asaltado cuando regresaba, con sus hombres, a Francia.

El Roncesvalles actual está plagado de referencias a este hecho por lo que pueden rastrearse, milímetro a milímetro, las huellas de la batalla. En el Alto de Ibañeta, donde hoy se levanta la moderna ermita de San Salvador, se produjo la cinematográfica muerte de Roldán. En Roncesvalles, se levanta la capilla de Sancti Spiritus, donde fueron enterrados los héroes de la contienda. En la vecina colegiata se guarda el ajedrez al que jugaba Carlomagno cuando se enteró de la derrota. La leyenda afirma que aquí se alzan 53.066 árboles: el número de lanzas que clavaron en tierra las doncellas enviadas por Carlomagno para derrotar al ejército musulmán.

2. Los trajines de la Santa Espalda
Las reliquias de Santos jugaron un importante papel en las primeras peregrinaciones a Santiago. Aquellos pueblos del Camino que contaban con tal o cual fragmento de un beato, eran susceptibles de atraer más peregrinos y curiosos, y por ende, más dinero para sus arcas. En 1270, un obispo griego se lanzó al Camino con una curiosa reliquia en su zurrón: el omóplato de San Andrés, pues quería donarlo a la Catedral compostelana.

El destino quiso que enfermara en la localidad navarra de Estella, donde halló la muerte, sin revelar a sus cuidadores que portaba con él, escondida entre sus ropajes, la llamada Santa Espalda. Le enterraron en el cementerio de San Pedro de la Rúa con el hueso sagrado y, al anochecer, la sepultura emanó una luz sobrenatural. Cuando desenterraron el cadáver dieron con el omóplato de San Andrés que, en la actualidad, se venera en el templo. El Santo se convirtió, en 1626, en el patrón de la ciudad.

3. El alquimista de París

Un parisino muy especial hizo el Camino en el siglo XIV. Se llamaba Nicolás Flamel, era funcionario público en la Ciudad de la Luz y estaba fascinado con la posibilidad de convertir los metales en oro. Su pasión nació gracias a un libro de alquimia cuyo significado era incapaz de descifrar. Por ello, Flamel peregrinó a Santiago con la esperanza de que la experiencia del viaje arrojara algo de luz sobre el asunto. Tras arribar a la ciudad gallega, el parisino seguía igual pero fue en su viaje de regreso, en León, donde todo cambió.

Allí, a la sombra de la catedral, Flamel conoció a un sabio judío que no dudó en ayudarle a descifrar el contenido y le aleccionó sobre cómo la catedral leonesa escondía –en sus vidrieras y tallas- muchos de los secretos para aprender el lenguaje de los Iniciados. La leyenda jura y perjura que el funcionario fue capaz de realizar la preciada metamorfosis, convirtiéndose en millonario. Lo cierto es que cuando Flamel regresó a París pagó un deslumbrante pórtico en la iglesia de Santiago, de la que hoy sólo se conserva su torre cercana al Sena.

4. Gallinas a cuerpo de obispo

Que se sepa, no hay catedral en el mundo que acoja un gallinero gótico. La de Santo Domingo de la Calzada, en La Rioja, lo tiene y, además, está habitado por un gallo y una gallina. Este gesto hunde sus raíces en el siglo XV, cuando una familia germana llegó hasta la localidad riojana de camino a Santiago. Hicieron noche en una posada de Santo Domingo, donde una de las taberneras quedó prendada del hijo del matrimonio. Como éste la rechazó, la joven les tendió una trampa: introdujo una copa de plata en su equipaje y les acusó de robo. Fueron denunciados y el chaval alemán, encontrado culpable y condenado a la horca. Sus padres llegaron a Santiago y oraron por él ante el apóstol. De vuelta al hogar volvieron a pasar por Santo Domingo y encontraron a su hijo con la soga al cuello, pero milagrosamente vivo.

Raudos acudieron al juez para explicarle la situación, cuando éste se encontraba devorando un gallo y una gallina recién preparados. Incrédulo, les respondió que las probabilidades de que su hijo estuviera vivo eran tan altas como que lo estuvieran los dos animales. Al decir esto, las aves –desplumadas y cocinadas- comenzaron a cantar. Del milagro, nació el popular dicho: «Santo Domingo de la Calzada, donde cantó la gallina después de asada».

5. Apuntes del natural para un Cristo

De los muchos cristos milagrosos que se veneran en España, existe uno en Burgos, custodiado en la Catedral, que aparte de devociones, ha despertado todo tipo de reacciones. De él se cuenta que llegó en el siglo XIII, por vía marítima, al ser hallado por un mercader castellano flotando sobre las aguas cuando regresaba de Flandes. El Cristo estaba en el interior de un receptáculo de vidrio, con una inscripción que perjuraba que era obra de Nicodemo, el judío que tomó parte en el entierro del hijo de Dios. Es decir: que la escultura había sido hecha con el cuerpo original de Jesús como modelo, lo que explicaría el tremendo realismo.

Hasta el siglo XIX ocupaba el convento de San Agustín pero era tal el éxito que cosechó –tanto de crítica como de público: se le atribuyen «dieciocho muertos resucitados»- que se trasladó a la Catedral burgalesa. Durante décadas, el Cristo de Burgos ha sido escrutado por miles de miradas, lo que ha originado un sinfín de mitos, engordados gracias al paso de peregrinos europeos y viajeros románticos: de él se ha dicho que fue facturado con auténtica piel humana, con epidermis de búfalo, que su cabeza está articulada, que si se quitan los clavos los brazos caerán con total naturalidad –Isabel la Católica cogió un clavo y se desmayó al comprobar esta reacción, dice una fábula apócrifa- y un larguísimo etcétera...

6. El amarre más milagroso

Allá donde está Santiago no muere el Camino. De hecho, sigue unos kilómetros más, hasta que el Océano Atlántico se impone y no permite el paso. Es el occidente gallego flotan algunas de los más bellos mitos jacobeos, como el que se guarda en el interior de la iglesia parroquial de Padrón: bajo su altar se levanta un pedrusco, uno que guarda un parecido razonable con el típico noray portuario. La tradición cuenta que fue este el amarre utilizado para unir a tierra la barca con el cadáver del apóstol Santiago llegado desde Tierra Santa al poco de ser decapitado y unos siglos antes de que comenzara su multitudinario culto en España. En realidad, la piedra es un ara romano, un altarcillo que rendía culto al dios Mercurio.

7. El Grial mágico de O Cebreiro

Cuando el peregrino llega a Galicia, lo hace a lo grande, superando el monte Cebreiro, de 1.293 metros de altura. En lo alto espera el pueblo de O Cebreiro, que parece tallado en la misma roca y a menudo viste espesa niebla. En su iglesia de Santa María la Real se guardan un grial, una patena –la bandejita de la sagrada forma- y dos ampollas de cristal y plata que contenían, en teoría, restos de carne y sangre.

El origen de esta veneración hay que buscarlo en un tormentoso día del siglo XIV, cuando un vecino de Barjamayor desafió al mal tiempo para oir misa en O Cebreiro. Al verle entrar por la puerta calado hasta los huesos, el sacerdote que oficiaba ninguneó el esfuerzo del fiel. Cuando pronunciaba esas palabras ofensivas, el pan y el vino que sostenía en sus manos se convirtieron en carne y sangre. ¡Milagro! Fue así como el cáliz y los otros enseres se convirtieron en un preciado objeto de veneración.

8. Un concierto de tres décadas

El monasterio navarro de Leyre, orillado junto al ramal aragonés, es famoso por su canto gregoriano. Aquí, el acto de oír tiene connotaciones místicas. Que se lo pregunten al monje Virila, un religioso de este convento que, diez siglos atrás, dudó de las bondades de la eternidad. En una ocasión, el alegre canto de un pajarillo le sedujo hasta tal punto que se dedicó a perseguirlo por la foresta. Entre encinas y robles, le acompañó hasta un manantial.

Allí dedicó un par de horas a deleitarse con las melodías del ave. Cuando regresó al conjunto monástico, nadie le reconocía y él tampoco conocía a nadie: Había pasado ¡treinta años! escuchando al pájaro, aunque para él no habían sido sino unos pocos minutos. La fuente de la leyenda hoy lleva su nombre –San Virila-, y todavía puede ser visitada. Eso sí, cuidado con los cánticos de los seres alados.